lunes, 10 de agosto de 2009

La violencia que surge en el encuentro fallido con el Otro sexo


JoséLuís Tuñón

El mal de la muerte
(segunda parte)

Esta vulnerabilidad es la que le da el poder, porque los resortes de su goce, se le escapan y a la vez, el peligro de semejante entrega la hace aún más misteriosa.
Y la extrañeza de ese cuerpo se expande a todos los ámbitos donde la semejanza reinaba, anulándola, convirtiendo en extraña a la habitación, al semejante, al mismo mar y al firmamento inmenso, todos ellos concebidos al modo de una totalidad a la que se imagina abarcar por el nombre y la mirada.
“Alrededor del cuerpo, la habitación. Sería su propia habitación. Una mujer, ella, la habita. Usted ya no reconoce la habitación. Ha quedado vacía de vida, está sin usted, sin su semejante. La ocupa únicamente el vaciado flexible y largo de la forma ajena de la cama.”
Ningún procedimiento que se base en los signos de ese cuerpo, podrá entregar el secreto del goce que lo habita, ni siquiera el más básico, el que liga el goce a la vida que lo engendra. Sin embargo, luego de numerosos intentos fallidos y sus renuncias, algo queda
“Llora una vez más. Cree saber no sabe qué, no puede con ese saber, cree ser el único hecho a imagen de la desdicha del mundo, a imagen de un destino privilegiado. Cree ser el rey de ese acontecimiento en curso, cree que existe”
Es precisamente a partir de la renuncia a cerrar esa brecha incurable, que puede hacerse algo con ella. Incluso detener el gesto homicida, el arranque de furia, el impulso a franquear la barrera.
Solo desde ahí es posible alcanzar algún saber que remedie las consecuencias de la brecha. Y esto es válido también para cualquier intervención que se haga en este territorio. No debe escapársenos que el saber universitario también busca el secreto del goce, y procura producir un conocimiento que obture esa brecha, y al hacerlo, queda en la misma posición que el hombre de nuestra historia; tan afectado como él del mal de la muerte. Es más, baste leer con atención el cuento para darse cuenta que, lo que Lacan llama la “norma macho” es el intento de obtener un saber eficaz que entregue el secreto del goce. Esto alcanza incluso los afanes de la política, que procura encontrar el goce de dar respuestas, a una población que las exige. El tufillo de anormalidad que surge de estos cuentos emana precisamente de la extensión de la norma macho, que aprecia sobre todo la normalidad, aunque le aburra.
La teoría del aprendizaje, sobre la que basan su intervención muchas de las instituciones dedicadas a la atención del fenómeno violento, se apoya en esta pretensión: el goce del otro es posible de conocer, medir y hasta reaprender. ¿Cuántas cátedras, institutos, congresos jornadas y demás procuran encontrar, desde hace años este saber? Y no debe ser tan complejo, después de todo, los expertos en el goce del Otro, los perversos, no tienen un repertorio tan grande de “conductas” para decirlo en términos caros al saber universitario: o golpean, o se hacen golpear, o miran o se hacen mirar, o gritan o se hacen gritar, o se cagan o se hacen cagar. Un viejo axioma nunca comprobado del todo, dice que el perverso hace lo que el neurótico fantasea, las fantasías perversas son la base del saber neurótico. Y este cuento es también una fantasía neurótica. Y aunque la autora misma deja sentada su inclinación del lado femenino, (o feminista) el cuento es una fantasía masculina perversa, la fantasía por excelencia, la de la disposición absoluta del cuerpo del semejante, la de la entrega total de una mujer, aunque aquí la escena sadiana se invierta, y la angustia aparezca del lado de él. Pero no tan curiosamente, también puede verse como un fantasma femenino, el de un hombre dispuesto a hacer lo dicte su capricho enhiesto, cuantas veces quiera. No es una novedad, desde Freud sabemos que el artista toma esos fantasmas y los inviste de un valor que no tenían.
El final de este comentario desemboca en la sugerencia de buscar el cuento* y leerlo, que el saber que aporta tiene algunas ventajas que solo puede procurar el arte, su oficio le ha ganado la familiaridad con el vacío y repetidamente va hacia él y vuelve con algo, un cuento, una tarjeta, una verdad a medias, una caricia nueva.
*EL HOMBRE SENTADO EN EL PASILLO Y EL MAL DE LA MUERTE. Colección La Sonrisa Vertical. Editorial La Página S.A. Año 2000
(1) Una tesis similar puede encontrarse, más desarrollada, en el capítulo: Cherchez La Femme! del libro El Discurso Del Odio. André Glucksmann. Ed. Taurus.